Con
un último beso, nos despedimos para siempre. Tomamos caminos diferentes luego
de habernos dado cuenta que no éramos el uno para el otro. Abrí mi billetera,
llena de recuerdos de nuestros días felices, y busqué aquella foto juntos que
tantas veces me había acompañado en mi caminar. La miré con amor y odio, triste
por saber que te estaba perdiendo, y confundido por no saberme explicar frente
al charco de agua que estaba pisando cómo fue que todo comenzó a descarrilarse.
Resolví
que sólo había un lugar a donde podía ir a esa hora; quería apostarlo todo, ver
si la suerte estaba de mi lado o como siempre, saldría perdiendo. Llegué
al Casino del Destino casi tambaleando entre dudas y
acertijos, pensando que por primera vez las estadísticas de los libros de juego
no iban a poder ayudarme. Le mostré la foto al guardia de seguridad y le conté
mis motivos de querer entrar. Tan solo atinó a mirarme de reojo unos segundos y
con un gesto macabro de desdicha, me asignó un lugar en la Ruleta de las decisiones imposibles. Tomé
mi lugar con recelo, sabiendo que había llegado al final del trayecto y solo
quedaba retarme a mi mismo, a mis miedos e incertidumbres.
El
crupier anunció el principio de la ronda de apuestas y los doce jugadores de la
mesa, incluido yo, comenzamos a temblar sabiendo que el momento de la verdad
estaba por llegar. Saqué la foto nuevamente para apreciarla por última vez y
cambiarla por lo que sería en pocos segundos la decisión más importante de mi
vida. Los otros once repitieron el acto casi instintivamente, arrojando sobre
el paño cartas arrugadas, anillos de compromiso, libros de poesía, flores
marchitas y objetos personales inclasificables.
La
pequeña bolita de esperanza bailó una eternidad sobre los dedos de aquel
empleado antes de caer en la ruleta estrepitosamente, haciendo un ruido
ensordecedor sobre el pleno silencio que había en cada uno de los que
esperábamos el cese del movimiento y una respuesta certera sobre qué hacer con
nuestro indescifrable pesar.
En
el momento donde el casillero se detuvo en el veintiuno, toda la mesa estalló
en gritos de alivio y galanteos en todas las direcciones. Todos festejaban,
menos yo, y sin saber por qué.
Desganado,
atiné a mirar al crupier en un gesto de vacilación, preguntándole con afonía
que había sucedido. Él me devolvió el gesto, con un susurro casi
inaudible:
- Aquellos que ganaron, solo lo hicieron porque su
decisión ya estaba tomada, ellos sentían cuál era su camino y conocían a la
persona indicada para amar incondicionalmente el resto de su vida, aun sin ser
correspondidos. No creas que la suerte no estuvo de tu lado esta vez, sólo
tienes que seguir buscando a la razón que te haga volver a apostar. Cuando la
encuentres, quizás no vas a necesitar siquiera tener que desafiar una decisión
que en tu corazón sientas como correcta.
Solo el corazón, el alma, la psiquis saben el saber no sabido por nuestra conciencia. El crupier estaba en lo cierto...Me encantó!!!
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