Sentado en su habitación, Juan no podía
entender en qué había fallado. Semanas de práctica y horas de estudio minucioso
no pudieron combatir los nervios que sintió la noche anterior con el violín en
la mano, solo en el escenario, interpretando aquella complicada pieza de música
clásica.
“Sólo me
faltó una nota”, pensaba, “pero
era la más importante; era la que daba el cierre perfecto”. Su tristeza
era tan fuerte y desconsolada como las lágrimas que caían sobre su preciado
instrumento.
De repente, su mente comenzó a divagar,
tratando de olvidar aquella situación que tanta angustia le provocaba, y
recordó cuando su padre, con una sonrisa en el rostro, le regaló el violín que
él tanto ansiaba tener. Había ahorrado mucho tiempo para poder
comprárselo, y cuando juntó lo último que restaba, fue corriendo hasta la
tienda de música, donde el tan preciado instrumento descansaba sobre la
vidriera.
“Esto es para vos, hijo, y que nunca se te olvide lo mucho que te quiero”.
También recordó que su padre, tan emocionado como él por el regalo, le contó la historia de porqué se llamaba Juan. “Es por Johann Sebastian Bach, un músico extraordinario”. Justo en ese momento, resonó dentro de Juan la nota que había opacado su interpretación; la última de la escala musical, tan simple para recordarla como compleja para olvidarla: SI.
“Esto es para vos, hijo, y que nunca se te olvide lo mucho que te quiero”.
También recordó que su padre, tan emocionado como él por el regalo, le contó la historia de porqué se llamaba Juan. “Es por Johann Sebastian Bach, un músico extraordinario”. Justo en ese momento, resonó dentro de Juan la nota que había opacado su interpretación; la última de la escala musical, tan simple para recordarla como compleja para olvidarla: SI.
A la semana siguiente, un nuevo
concierto lo tuvo solo en el escenario con su fiel compañero a cuestas.
Interpretó nuevamente una de las piezas más difíciles de su ídolo de antaño, “El arte de la Fuga”. Pasados los
veinte minutos, el teatro explotó en una ovación de pie; los aplausos siguieron
aun cuando Juan ya se había retirado.
Ya en su camarín, su padre lo abrazó conmovido, felicitándolo por su gran talento y vocación.
Ya en su camarín, su padre lo abrazó conmovido, felicitándolo por su gran talento y vocación.
-
¿Pudiste
recordar esa nota que habías olvidado?
-
Si,
gracias a vos.
Si. La Función paterna nos habilita al olvido y al encuentro con la palabra que en el recuerdo a veces, se vuelve MÚSICA.
ResponderEliminarFelicitaciones Juan, tu escritura resulta una melodía donde las siete notas, suenan en armonía. Un beso