A veces río con fuerza, pero en
otras ocasiones lloro desconsoladamente por la imposibilidad que alguien pueda
llegar a ver las gotas desabridas que no caen, que acompañan a la nostalgia de
mis tribulaciones. Se suceden carcajadas histriónicas, y todo mi pasado ocurre
en palabras que aun guardo por miedo al desentendimiento de las verdaderas
razones por las cuales empecé un camino hacia la perdición de mi verdadero ser.
Todo me provoca una sonrisa, muchas veces demasiada ilusoria para mis manías
luctuosas, y al convertirse la realidad en blanco y negro me encuentro parado
frente a mí mismo, preguntándome el porqué de mi cambio, cómo llegué a donde
estoy y hacia donde debo ir.
Me separo del resto, me convierto
en un desconocido, y comienzo a pensar claramente las cosas. O quizás lo
utilice como la excusa perfecta para ser un forastero, un extraño que no se
dirige a otra parte más que a su propio aislamiento, creado por años y años de
no poder compartir con el resto más que situaciones que no representan
verdaderamente quien soy y que es lo que quiero encontrar.
Me duele la panza, creo que nunca
me había reído con tanta fuerza.
Que extraño, también me duele el
alma.